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El erizo

Mi amigo Juancho acaba de cumplir 80 años y ha sido un hombre de éxito, pero es como un erizo

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El erizo
Soy de los que está seguro de que los abrazos sanan. (ILUSTRACIÓN: LUIGGY MORALES)

Él llego primero que yo al café. Lo vi de lejos, su gorra liceísta de siempre, su bastón recostado, mascarilla negra y su tradicional camisa blanca. Extendió el brazo con el puño cerrado diciéndome que nada de abrazos, la pandemia había justificado su estado permanente de alejamiento humano, de sus amigos, yo era un privilegiado que podía verlo cuando él así lo deseara.

Me quité la mascarilla pero él se dejó la suya y comenzó a hablar.

-Tengo un susto permanente instalado en el pecho, vivo con mucho miedo -me disparó sin ningún preámbulo y continuó-, la tristeza no me abandona y estoy cansado de disimularla.

Ya entendí el porqué de su llamada urgente, necesitaba confesarse con uno de los pocos amigos que le quedaban. Juancho acaba de cumplir 80 años y ha sido un hombre de éxito. Decidí hablar lo menos posible para que mi amigo de tantos años pudiera expresarse.

-Te llamé porque estoy cansado de hablar solo, desde que murió mi mujer no soy el mismo, ya ni siquiera lloro y cada día le encuentro menos sentido a la vida. Soy un hombre triste.

-Pero lo tienes todo -le interrumpo-, eres próspero, has vivido una vida en la abundancia, tienes hijos, nietos, y hasta has visto casar a alguna de tus nietas, ¿qué más puedes pedir?

-Además, Freddy, ese Dios del cual tú siempre hablas no existe para mí. Estoy cansado, aburrido...

-¿Y tus hijos no te ayudan?

-Mis hijos tienen sus vidas, sus ocupaciones, me visitan de vez en cuando, pero ya me desprendí de ellos, no quiero mortificarlos con mi estado de ánimo. Me paso el día inventando qué hacer para matar el tiempo, cada vez me gustan menos las reuniones sociales.

-Nunca te gustaron -vuelvo a interrumpir-, eres como un erizo.

Aquí creo que casi se le escapa una sonrisa a su mustio rostro.

-¿Tienes alguna solución a mi caso?

-Yo no soy médico, pero creo que una buena visita a uno te haría mucho bien, quizás una de esas pastillas mágicas para la depresión pueda ayudarte.

-No me gustan las pastillas

Hago silencio y lo miro, su mirada ha perdido el brillo, las ojeras cada vez más marcadas, su pelo blanco, las arrugas del tiempo bien dibujadas y todas las heridas de la vida repartidas por su cuerpo.

-Eres un hombre de éxito -le repito-. Por el solo hecho de haber llegado a esta edad y haber hecho todo lo que has hecho, siendo un hombre de bien, ya es un premio y un derecho a sentirte feliz. De Dios no hablaremos pues sé que no te interesa ni lo has buscado nunca, a pesar de haber hecho tanto bien, pues lo sé... Ahora rézale a ese Dios que no existe para que cuando te toque la partida te encuentre preparado.

-¿Rezarle a un Dios que no existe? Mira que eres creativo, ni siquiera sé cómo rezar.

-Muy simple, en el silencio en que vives, todo lo que me dices a mí se lo dices a Él de corazón y te prometo que algo sucederá.

-Tú no cambias, eres un vendedor de ilusiones.

-No. Soy tu amigo que te quiere y desea lo mejor para ti.

Aquí sentí que su mirada se empañaba y me atreví a más.

-¿Me dejaría el erizo que le diera un abrazo?

Soy de los que está seguro de que los abrazos sanan. Se puso de pie y, rompiendo su rigidez, me extendió los brazos. Lo abracé con todo el cariño y amor que pude. Estoy seguro de que existe un Dios para tanta soledad.

TEMAS -

Freddy Ginebra Giudicelli es un contador de anécdotas cuyo mayor deseo es contagiar su alegría y llenar de esperanza a todos aquellos que leen sus entrañables historias.