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Burbujas y Atarazanas Reales

Al volver a contemplar esos barrios, sentí un fuerte estremecimiento. Los encontré diferentes a como los había conocido. En ellos siempre habitó la pobreza, llevada con dignidad y esfuerzo de superación. Ahora lucen desorganizados, caóticos.

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Burbujas y Atarazanas Reales

Las burbujas no solo existen en los sublimes juegos de amor en la pecera que inspiraron la imaginación de Juan Luis Guerra, ni se limitan a los grupos libres de restricciones en época de pandemia. En la ciudad de Santo Domingo se encuentran en ámbitos diversos: de clase, barriales, culturales. Lo confirmé al trasladarme desde mi hogar el pasado jueves, 5 de agosto, para asistir al acto de inauguración del Museo de las Atarazanas Reales (MAR).

Una parte de los ciudadanos que desenvuelven su vida en la capital lo hacen en la sofisticada burbuja del polígono central, que pudiere extenderse, aunque con sensibles grados de pérdida, al cuadrante formado por las calles San Martín, Luperón, Malecón y Kennedy. Esta esfera da cobijo a una ciudad moderna, aunque desigual, poblada por una cúpula de gente de ingresos medianos y altos, con estándares de formación y educación elevados, colmada de rascacielos, casco urbano ordenado, carriles para bicicletas, entretenimientos sofisticados, modas semejantes a las imperantes en países desarrollados.

Desde ese entorno, más o menos afortunado, partí hacia mi cita. Eran las 4 p.m. Me monté en el vehículo privado. Puse la aplicación Waze para sortear los congestionamientos del tráfico. El instrumento me indicó una ruta inesperada (pensaba irme por el malecón). Arranqué desde Los Prados, tomé la Kennedy. Al llegar a la avenida Quinto Centenario, en una transición rápida, ingresé a una burbuja radicalmente diferente en la que se contemplan edificios en avanzado deterioro, pintura descascarada, mucha gente en las calles, desorganización, abandono, hacinamiento. Hasta el latido urbano en ese lugar parece distinto.

Una vez en la calle Duarte, doblé a la derecha, dirección sur. Luego hice un giro a la izquierda en la París. Continué por la Josefa Brea, Juana Saltitopa... Al pasar por esos barrios percibí un mundo que uno sabe muy bien, de sobra, que está ahí, pero que se ha ido quedando rezagado, distante, detenido en el tiempo. El celebrado crecimiento de la economía de los últimos decenios no ha tenido repercusión alguna en esos lugares. En algunos aspectos puede que hayan retrocedido, con deterioro añadido en las costumbres, quizás a causa de la influencia de patrones de conducta de inmigrantes irregulares.

Al volver a contemplar esos barrios, sentí un fuerte estremecimiento. Los encontré diferentes a como los había conocido. En ellos siempre habitó la pobreza, llevada con dignidad y esfuerzo de superación. Ahora lucen desorganizados, caóticos, se observan viviendas en condición de cuasi derrumbe, grupos jugando dominó y maniquíes de plástico exhibiéndose por centenares en las aceras, desaliño, rostros de cansancio, olor a miseria honda, profunda, eso sí, portando siempre alegría innata, esperanza incierta. Es un entorno que late y vibra con vigor y fuerza, huele a pueblo abatido, en espera de las oportunidades que nunca llegan, con ansia y necesidad de redención.

Contraste amargo. Es la marca cierta de la diferenciación social que tiene lugar dentro de una sociedad en la que cohabitan en medio de la más absoluta indiferencia bolsones de opulencia junto con miseria profunda y desesperanza, burbujas a las que urge integrar para promover el bienestar general.

Continué el trayecto. Al entrar en paralelo a la ribera del río Ozama, traspasando la vieja muralla, contemplé otra burbuja, la de la imponente riqueza histórica y cultural que contiene la ciudad colonial. Accedí pasando por un lado de la remozada iglesia de Santa Bárbara, joya deslumbrante. Seguí hacia el Alcázar de Colón y al pie de las escalinatas me desmonté para dirigirme al imponente Museo de las Atarazanas Reales, cercano al muelle.

Allí estaban las autoridades del Ministerio de Cultura y un pequeño grupo de invitados. El acto de inauguración fue sobrio. El recorrido por sus instalaciones, satisfactorio. La colección que se exhibe, al igual que los modernos medios interactivos puestos a disposición de los visitantes, causan buena impresión. En el acto se afirmó que “todos estos objetos constituyen la colección más importante de América, tanto en calidad y variedad como en cantidad de piezas y, sin duda, una de las más importantes del mundo”.

El museo estará abierto al público de martes a domingo y podrán verse objetos que son verdaderos tesoros, recogidos en lugares cercanos a nuestras costas donde ocurrieron naufragios de buques emblemáticos de la época colonial. Se estima que existen más de 100,000 piezas de esos naufragios, la mayoría de ellas custodiadas por el Laboratorio de Patrimonio Cultural Subacuático. Una parte de esa colección está expuesta ya en el Museo de las Atarazanas Reales.

Enhorabuena.

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.