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?La democracia y el informe del PNUD

Al decir de los analistas que trabajaron el informe, lo que se estaba produciendo era una especie de “declive por indiferencia”, no tanto por la búsqueda preponderante de una alternativa autoritaria.

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?La democracia y el informe del PNUD

Según el informe Latinobarómetro 2018, el año 1997 marcó el más alto nivel de apoyo ciudadano a la democracia en un lapso de 23 años en el hemisferio. Alcanzó un 63%. Las repercusiones hemisféricas de la crisis asiática de 2001 indujeron un descenso de ese apoyo, llevándolo a un 48%, su punto más bajo hasta entonces. Para el año 2010, se consolidó una recuperación de ese apoyo al alcanzar un 61%, en gran medida por efecto del “rezago de la bonanza del quinquenio virtuoso que siguió a la crisis asiática” y por las “políticas contracíclicas que se aplicaron al inicio de la crisis del subprime en 2008/2009.”

A partir del año 2010, empieza un proceso de sistemático declive del apoyo ciudadano a la democracia que para el año 2018 nos retornó a la media hemisférica de 17 años antes: un 48%. Esa suerte de síndrome de fatiga democrática era apenas el síntoma de una enfermedad que el informe de 2018 calificaba de “diabetes democrática”. Y en su pronóstico, se trataba no solo de una crónica anunciada, sino de una crónica “que lamentablemente continúa su escritura.”

República Dominicana, que empezó a ser medida en los estudios de Latinobarómetro en 2004, alcanzó su pico de apoyo ciudadano a la democracia en 2008, con un 73%. En los diez años transcurridos entre 2010 y 2018 ese apoyo declinó a 44%, es decir, 29 puntos porcentuales menos que en 2008 y un 4% menos que la media latinoamericana que era de 48%.

Mietras tanto, en paralelo al declive del apoyo a la democracia, en América Latina se evidenció durante el período 2010-2018 un aumento sistemático de la población que se declaraba indiferente: pasó 16% a 28% en ese lapso. Entre el declive democrático y el correlativo aumento de la indiferencia ciudadana, se evidenció un hecho políticamente significativo por la aparente paradoja que encerraba: el porcentaje de quienes prefieren un régimen autoritario “no presenta variaciones muy significactivas a lo largo del tiempo, permaneciendo entre un máximo de 17% en siete años diferentes a un mínimo de 13% en 2017, recuperandose a 15% en 2018.”

Al decir de los analistas que trabajaron el informe, lo que se estaba produciendo era una especie de “declive por indiferencia”, no tanto por la búsqueda preponderante de una alternativa autoritaria. Esto se ha expresado en un movimiento pendular del comportamiento del voto, en la correlativa disminución de las lealtades partidarias, en la profundización de la búsqueda de opciones y soluciones individuales a cuestiones eminentemente colectivas, entre otros fenómenos.

Sin embargo, en el caso dominicano, ese “declive por indiferencia” que, según Latinobarómetro, fue el rasgo principal de la pérdida de apoyo ciudadano a la democracia a lo largo de una década, parece que amenaza con modificarse de manera dramática. Esto así porque, según el resultado del estudio del PNUD sobre Desarrollo Humano 2020, en República Dominicana el porcentaje de personas a las que no les importaría tener un gobierno autoritario “siempre y cuando fuera más eficiente” alcanza a un 68% de la población.

Este resultado debe llamar a una reflexión seria en nuestro país porque como se indica más arriba, apenas dos años atrás, el porcentaje de personas que prefería vivir bajo un gobierno autoritario era, en promedio a nivel hemisférico, de un 15%, y en el país, de un 18%.

Soy consciente de que no es lo mismo que a una persona “no le importe vivir en un gobierno autoritario” a que lo prefiera “siempre y cuando fuera más eficiente.” Pero que un 68% de la población esté dispuesta a validar un gobierno autoritario se presenta quizá como el paso más significativo hacia la opción de preferirlo. La historia política está llena de lecciones sobre la fragilidad de construcciones institucionales como la democracia; la facilidad con que, en una circunstancia de crisis, el espectro político pasa de un extremo a otro y la frecuencia con que los eventos críticos detonantes de esos saltos mortales se materializan o, al menos, amenazan con hacerlo.

En el liderazgo político nacional y en la ciudadanía en general, debemos hacer consciencia de la magnitud de lo que está en juego, y tomar las medidas correspondientes para intentar conjurar los riesgos y peligros que nos acechan, antes de que la siempre tozuda realidad nos imponga la tarea de tener que rescatar la democracia de las fauces de un autoritarismo de cualquier signo que pueda sobrevenirnos.

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