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Cuando llegó Iván García

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Cuando llegó Iván García

A la caída de la dictadura, Franklin Domínguez y Camilo Carrau realizaron una gira por el país para presentar su filme La Silla, que ambos habían producido en Nueva York durante su exilio. Yo era un imberbe y recuerdo la multitud agolpada frente al Teatro Maritza de mi ciudad nativa para ver la primera película dominicana, cuyo armazón argumental –con una silla y un actor únicamente en la pantalla- estaba centrado en exponer la barbarie de la Era de Trujillo. La obra teatral de Franklin vendría un poco más tarde, y sobre todo con Se busca un hombre honesto, el reconocido actor y dramaturgo repitió la gira de La Silla y la puso en escena en salas de cine de todo el país.

El teatro era, entonces, alternativa de propuestas variadas. El país posdictadura venía de conocer las piezas de Manuel Rueda, Máximo Avilés Blonda, Héctor Incháustegui Cabral y otros escritores que entraron en el ruedo porque llegar al Palacio de Bellas Artes con una obra teatral (la representación escénica se concentraba exclusivamente en Santo Domingo) se asumía como un deber intelectual. Marcio Veloz Maggiolo, Carlos Esteban Deive, fueron de los que tomaron parte en este periodo singular del teatro dominicano. Para ver una de estas obras había que viajar a Santo Domingo y eso no lo podíamos hacer muchos, de modo que lo único que nos quedaba eran las referencias que suministraban los diarios.

En Moca existía una tradición teatral añeja. La introdujo un educador puertorriqueño, Salustio Morillo, en 1880, con la formación de un grupo entre cuyos actores se encontraba Eugenio Deschamps. El historiador Julio Jaime Julia afirma que la primera obra representada fue “Deudas de la honra” de Gaspar Núñez de Arce. Tan importante fue la actividad teatral allí que se construyó, en 1883, un teatro donde se realizaban representaciones semanales, llegándose a montar unas cuarenta piezas teatrales que era demasiado para una comunidad pequeña y pobre como era la Moca de esa época. En 1892 se levantó otro teatro para competir con el anterior, otro más en 1894 y uno adicional en 1900. Obviamente, también servirían paras las proyecciones del cine mudo. En esos teatros hizo fama nacional la gran actriz Divina Gómez, cuyo nombre lleva una sala del Gran Teatro del Cibao. Resulta increíble pensar que en lo que entonces era casi una aldea existiese tanta vida escénica y el teatro resultara un activo artístico de tanta preponderancia. Incluso, el Club Recreativo, que todavía sobrevive, levantó su local original costeado con representaciones teatrales. Además de los grupos de teatro locales llegaban a esos espacios reconocidas compañías extranjeras, a más de que se hacían pedidos de textos dramáticos a Puerto Rico para que sirviesen a los grupos aficionados que se dedicaban a esta labor. Los sacerdotes salesianos construyeron un teatro para costear la edificación de la Iglesia Corazón de Jesús, el Teatro Don Bosco, que fue remodelado en el gobierno del presidente Leonel Fernández, y existía otro teatro en la Escuela Agrícola Salesiana, donde hoy se ubica la Urbanización Horacio Vásquez. Yo llegué, siendo un niño, a ver las representaciones teatrales que se realizaban en ese lugar.

Esa tradición teatral estaba activa en 1965, en plena revolución abrileña, cuando se apareció por Moca un joven llamado Víctor Bencosme, de enorme talento, que había estudiado para sacerdote y conocía el arte teatral. A Víctor nos unimos Alejandro Ovalles y quien suscribe, entre otros, y formamos ese año el Grupo Juvenil de Arte Escénico cuyos dos mayores éxitos fueron “Pastor y Borrego”, juguete cómico escrito a dos manos por Enrique García Álvarez y Pedro Muñoz Seca, y “El avaro” de Moliére –una auténtica osadía siendo todos aficionados y sin estudios teatrales- que representamos repetidamente no solo en el Teatro Don Bosco, sino también en el Politécnico Femenino de Santiago, en el teatro de un espacio desaparecido en La Vega de la sociedad Mater et Magister y, parcialmente, en un programa especial que se dedicó a Moca en la entonces Radio Televisión Dominicana, el 2 de mayo de 1966. En 1969 fundamos el Grupo de Teatro Experimental, junto al poeta Frank Rosario, “uno de los primeros grupos en el país que hizo teatro apartándose de los convencionalismos tradicionales, poniendo en juego numerosos detalles que se verían más tarde en otros grupos establecidos en la capital de la república”, como apunta Julio Jaime Julia. Atrevidamente –no podemos llamarlo de otro modo- con Stanislavski a manos todo el tiempo, montábamos piezas de la autoría de los dos fundadores del grupo. De Frank Rosario: “Terceto”, “Barro” y “La noche en que ladraron los perros”; y de nuestra autoría “Yo acuso”, que se llegó a representar, junto con “Barro”, en Santo Domingo, en el Festival Internacional de la Cultura, celebrado con motivo de la Exposición Mundial del Libro, en 1970, que organizó el gobierno de Balaguer con una comisión en la que estuvo don Ángel Miolán, quien fue quien nos cursó la invitación. Ese evento se realizó en el edificio de oficinas gubernamentales, que creo ocupa hoy la dirección de Impuestos Internos, en la avenida México, que fue inaugurado con el festival que mencionamos. Hice además una adaptación titulada “La guerra y la paz”, que no tuvo nada que ver con Tolstói, sino que se basaba en un diálogo sociológico que leímos en una revista española.

Entonces, la poeta Aída Cartagena Portalatín, que iba a ver nuestras representaciones cuando viajaba a Moca, llegó un día con dos revistas, una que ella dirigía en la UASD y otra “Testimonio”, del grupo poético del 48, y donde estaban publicados los textos de dos piezas teatrales que ella deseaba que montásemos. Así llegaron a nuestras manos Fábula de los cinco caminantes de Iván García, y A mitad del camino de Efraím Castillo. Fue un reto extraordinario para aquel grupo de jóvenes adolescentes. Pero, hicimos el montaje de ambas obras con rotundo éxito durante varios fines de semana. Debo señalar que estudiando ya en la UCMM de Santiago, pudimos disfrutar allí del grupo de teatro del MCU, el movimiento cultural de Jimmy Sierra, y su célebre “Tataiba” con la actuación, entre otros que no rememoro, de Joseph Cáceres, y que fue una apuesta audaz que hizo historia en el teatro de la época. El “experimentalismo” teatral que hacíamos en Moca no era tan intrépido pero andaba desde hacía rato en esa línea.

Así comenzó la historia de cercanía con la dramaturgia de Iván García. Con los años, la vida me dio la oportunidad de ver y celebrar sus grandes actuaciones en roles inolvidables, leer sus obras teatrales, sus relatos, sus poemas y sus apuntes memoriosos. He venido a conocer recién, lo que nos faltó entonces en la época que mencionamos: sus manuales de dramaturgia y actuación teatral, que nos hubiesen sido tal vez de mayor utilidad que los textos de pedagogía teatral de Stanislavski, más densos y novelescos. Iván García fue el referente mayor para una generación provinciana que él nunca supo que influyó tanto. Con los años asistiría a sus obras, como actor o dramaturgo, y Fábula de los cinco caminantes vinimos a verla en escena por actores profesionales en el Teatro Nacional Eduardo Brito, decenios después de aquella atrevida representación mocana. Estas líneas intentan mostrar, entre brevedad y anécdotas provincianas, la valiosa trayectoria de un hombre invaluable de nuestra cultura y de nuestra historia teatral, que a sus 83 años merece los honores mayores de nuestro decaído, pero siempre vivo, país cultural.

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José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.