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Julio Portillo, un venezolano en Santo Domingo

Dicen los que le conocieron entonces que todavía era un adolescente cuando comenzó a visitar Santo Domingo, pocos meses después de la caída del régimen de Rafael L. Trujillo, en afanes políticos como miembro del COPEY, el partido socialcristiano venezolano fundado por Rafael Caldera que se constituiría en padrino de su similar en República Dominicana.

Desde entonces, hizo amigos en el país y se convirtió en un asiduo visitante a nuestra tierra, hasta que décadas después fue nombrado jefe de la misión diplomática de Venezuela desarrollando una labor cultural muy significativa, donde deslumbra su importante bibliografía dominicana que, aunada a la que escribió en su patria, y especialmente en su Maracaibo nativa, conformó un caudal relevante de libros de su autoría, fundamentalmente dentro del campo de la historia, la curiosidad intelectual y las relaciones internacionales que fueron sus pasiones dominantes como escritor.

Julio Portillo era muy joven para conocer a todos los exiliados dominicanos en Venezuela durante la dictadura de Trujillo. Empero, estaba enterado de sus vidas y afanes, y hablaba con entusiasmo, como jamás he escuchado a otros venezolanos decir lo mismo, de los aportes que como hombres de letras, o como políticos, artistas y profesionales hicieron a Venezuela durante su estancia allí como desterrados. Cuando visitó a Santo Domingo por primera vez tenía 18 años y ya era un dirigente estudiantil reconocido. En 1991 publicó su primer libro dominicano: “Venezuela-República Dominicana: relaciones diplomáticas 1844-1984” que hoy es, sin dudas, un referente obligado para conocer el desarrollo de la amistad entre ambas naciones, que como resaltará en su obra inicia desde la fundación de la patria de Duarte. Llevó su libro al presidente Balaguer y también al profesor Juan Bosch, estableciendo desde entonces amistad con ambos líderes. Con otro de los grandes dirigentes políticos de entonces, José Francisco Peña Gómez, tenía una relación estrecha pues habían coincidido en París en los años setenta mientras ambos estudiaban Ciencias Políticas. A partir de ahí, con toda seguridad desde antes, su campo de amistades en Santo Domingo se amplió notablemente. Desde que salió del ámbito diplomático siguió viajando a la capital dominicana, especialmente para pasar aquí las navidades y recibir el nuevo año. Justamente un año antes de morir, cenamos juntos y me comunicó que iba a estar al frente de una universidad venezolana que se instalaría en Santo Domingo y que a esas labores dedicaría la mayor parte de su tiempo durante su permanencia aquí. Me dijo que estaría de regreso en marzo. Lamentablemente, la pandemia detuvo el proyecto y Julio no regresó jamás a la ciudad que amaba tanto.

Disfrutaba conversar con él sobre temas históricos: los libros de Bosch escritos durante su exilio en Venezuela (La muchacha de la Guaira, Bolívar y la guerra social), la presencia de adecos y copeyanos en la democracia dominicana, y más lejos en la historia la presencia de ascendientes de Simón Bolívar en nuestro territorio hacia el siglo XVI, por largos años, a un nivel de que el abuelo y el bisabuelo del Libertador están enterrados en la Catedral Metropolitana de Santo Domingo y en la iglesia de San Dionisio en Higüey. Defendía, con las investigaciones que había realizado como historiador y con sus propias apreciaciones, el hecho de que Bolívar no atendiera el pedido de Núñez de Cáceres de integrar nuestro país a la Gran Colombia, situación que atribuía al hecho de que la misión enviada con ese propósito no llegara al conocimiento de Bolívar hasta tres meses después, cuando ya se había producido la invasión haitiana, además de la comprensible explicación que ofrecía sobre la probable indiferencia de Bolívar a la lucha duartiana por la independencia dominicana, debido a su vieja amistad –manifestada en ayudas concretas- con los líderes haitianos de su proceso emancipador. Fuera de la historia, me impresionaba su simpatía por el arte dominicano y, en especial, su narración en detalles de la obra musical de Billo Frómeta en Venezuela donde se convirtió, junto a su gran orquesta, en el artista de mayor popularidad en aquel país. Conservo el formidable documental que me obsequió de la vida y obra de este gran músico dominicano que llegó a Caracas como exiliado político, y donde se puede comprobar la multitudinaria despedida que le ofrecieron los venezolanos a Billo durante su funeral. Le acompañé con entusiasmo en su proyecto de celebrar el bicentenario de natalicio de Rafael María Baralt en Santo Domingo, donde ya Portillo había logrado instalar una plaza con un busto suyo en 2001. La plaza Baralt está ubicada frente a la Plaza Iberoamérica o Plaza del Conservatorio, situada en la intersección de las avenidas César Nicolás Penson y Pedro Henríquez Ureña. Baralt, notable lingüista, impresor y escritor, hijo de madre dominicana, nació en Maracaibo, pero realizó sus estudios primarios en Santo Domingo, viviendo junto a su familia en el barrio de San Carlos. Posteriormente, tendría una notable presencia en la vida intelectual y política de nuestro país. El 9 de febrero de 2010 el presidente Leonel Fernández me designó al frente de una comisión para la celebración del bicentenario de Baralt y junto a las diversas actividades que se llevaron a cabo por la conmemoración se editó un libro sobre la vida y obra del reconocido escritor, que tuvo parentela en Santo Domingo como es el caso de la familia Miura Baralt.

El amor de Julio Portillo por República Dominicana lo llevó a escribir varios libros sobre nuestro país, pero quizá lo más importante de esa relación profunda por nuestra patria fue la valoración que hizo del padre fundador de la nacionalidad dominicana, cuya vida estudió con fidelidad a un nivel de que podía hablar perfectamente de cualquier aspecto de su obra y pensamiento. Un gran busto de Duarte lo exhibía en la sala de su residencia en Maracaibo. El 2 de enero de 2019 cuando lo vi por última vez le dije que debía buscar la nacionalidad dominicana. Se asombró de mi propuesta y me dijo que la evaluaría. Posteriormente supe que la comentó con otros amigos y que les dijo que tomaría muy en serio esa posibilidad. Por su obra dominicana, su amor por la historia nuestra y por sus héroes fundamentales, merecía esa distinción. Lamentablemente, no le alcanzó el tiempo para concretar el propósito.

Julio era el cronista y el historiador de Maracaibo y de toda la región del Zulia. Tuvo una formación académica en universidades de prestigio, dentro y fuera de Venezuela, en relaciones internacionales, derecho, ciencias políticas y sociología, ocupando además posiciones de especial relevancia en organismos y asociaciones internacionales. Pero, independientemente de su biografía humana, profesional y política, quiero destacar su formidable aporte a la bibliografía dominicana. Es interesante la similitud que descubro en la amplia obra de Portillo, entre sus títulos zulianos y los que corresponden a República Dominicana. Por ejemplo, en Venezuela publica “Gárgolas de Maracaibo” y en República Dominicana da a conocer “Aldabas de Santo Domingo” y “Balcones de la ciudad Primada”. En su país divulga su libro “La faz de Urdaneta”. En el nuestro, “La faz de Duarte”. Amores e inquietudes intelectuales compartidas que sitúan a Julio Portillo como un venezolano que sembró raíces y dejó una estela de bien en su segunda patria República Dominicana.

Julio Alberto Portillo Fuenmayor murió en su nativa Maracaibo, de un infarto cardíaco, el pasado 4 de enero, dos meses después de haber cumplido 76 años de edad. El 31 de diciembre le escribí para desearle un feliz año. Me respondió al día siguiente, primer día del año, escribiéndome: “He estado muy muy enfermo con fiebre alta”. Le pregunté si era la covid. Me respondió: “No, con seguridad. Un abrazo amigo querido”. Me agregó un video musical como era su costumbre. Tres días después me enteraría de su fallecimiento. A propósito de su partida, una escritora venezolana escribió: “Dicen que cada cien años Dios le regala al Zulia un Portillo”. Un presidente de Venezuela, Ramón J. Velásquez, dijo en la presentación de uno de los libros de este amigo inolvidable: “Ojalá cada región tuviera un Julio Portillo, que promocionara tanto a su tierra como él lo hace”. Los dominicanos debemos agradecerle que lo mismo hiciera con nosotros dentro y fuera de nuestras fronteras.

La faz de Duarte

Iconografía

Julio Portillo

Editorial Arte, Caracas 2002

151 págs.

“Si la patria dominicana fuera a desaparecer con el último dominicano, yo estaría dispuesto, haciendo uso del derecho que me otorga la constitución venezolana, de tener doble nacionalidad para que Quisqueya no muera” (JP).

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  • Libros

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.