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Libros olvidados, libros que deben renacer

Debemos a la Sociedad Dominicana de Bibliófilos la gran aventura que ha significado la publicación de libros olvidados, de libros renacidos y de libros escritos por autores extranjeros sobre aspectos dominicanos que nunca habían sido traducidos ni entregados a la sociedad lectora. Es, como todo sabemos, una labor de decenios que sigue muy activa en los tiempos actuales con nuevos planes de publicación y la inserción de los mismos en las tecnologías que sirven hoy al mismo propósito del fomento de la lectura.

Frank Moya Pons me comentaba hace unos días sobre la necesidad de que se reedite el libro de Max Henríquez Ureña “Panorama Histórico de la Literatura Dominicana”, texto de una larga conferencia que dictara el notable intelectual en Río de Janeiro y que fue publicado por la Companhia Brasileira de Artes Gráficas, en 1945. Posteriormente, Julio Postigo la publicaría en su célebre colección Pensamiento Dominicano. Pensaba que estaba incluida en uno de los veintiocho volúmenes de la “Obra y Apuntes” de Max, publicados en 2012 por Ediciones de Cultura bajo nuestra revisión general. Pero, esta gran recopilación –producto de la investigación de un equipo cubano encabezado por el historiador Luis Felipe Céspedes- solo comprende los textos encontrados en los archivos del Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana.

En esa edición, empero, en el tomo XVI (“Letras de América”), aparece un extenso estudio titulado “Letras dominicanas”, que tal vez, pienso que pudo haber sido preludio de la conferencia que dictara Max en Río. Sencillamente, el autor no podía describir un panorama distinto de nuestra literatura en su disertación, salvo extenderse en algunos aspectos. De todos modos, comparto el criterio de nuestro admirado historiador para que se haga una edición facsimilar de la publicada en Brasil en 1945, pues se trata de un ensayo de hace 76 años que no conocen las últimas generaciones literarias nuestras. Aparte de “Obra y Apuntes”, Diógenes Céspedes recopiló en 2009 los artículos escritos por Max en Listín Diario, entre 1963-1965 en su columna “Desde mi butaca” (Universidad APEC), y antes, en 2003, dio a la luz la parte correspondiente a los artículos en el mismo diario entre 1967-1968 (Biblioteca Nacional); Cándido Gerón hizo una compilación de la contribución de Max a la cultura mexicana (Editora Centenario, 2008); la entonces Comisión Permanente de la Feria del Libro publicó en 1988 el libro de Max “Mi padre”, perfil biográfico de Francisco Henríquez y Carvajal; Miguel Collado, con Ediciones Cedibil, reunió veinte cuentos de autores dominicanos, compilados y anotados por Max, en 2006; y el cubano, para entonces residente en Santo Domingo, José Manuel Fernández Pequeño, publicó con Taurus, en 2003, su libro “En el espíritu de las islas. Los tiempos posibles de Max Henríquez Ureña”. En otras palabras, casi todo lo de Max se ha publicado menos la reedición de “Panorama Histórico de la Literatura Dominicana”, por lo que creo, como Frank, que se hace necesario –y la Sociedad de Bibliófilos lo tiene ya en su lista de próximas publicaciones- la reedición del referido ensayo.

Pero, sucede que la bibliografía nuestra está exigiendo reediciones y recopilaciones de obras y textos importantes de la historia literaria dominicana. Libros olvidados que necesitan renacer, mientras vemos como se reimprimen otros libros, sin dudas relevantes, individualmente o en colecciones, que han sido multieditados. ¿Se ha recogido alguna vez la obra crítica de Pedro René Contín Aybar? Creo que no. Todos los que andamos en estos menesteres literarios hablamos de este gran gurú, que santificaba y excluía a los escritores de su tiempo, pero que no sabemos cómo escribía y cuáles fueron los autores y los libros objetos de su aprecio o desprecio. ¿Se han recogido los editoriales de Isla Abierta, escritos por Manuel Rueda, cátedras semanales de sapiencia literaria y cultural? Si alguna vez se hizo esta recopilación no la conocemos, y amerita que los escritores veteranos o en agraz de nuestros días evalúen esa otra escritura de Rueda. Es hora ya de que se publiquen las obras completas de Juan Isidro Jimenes-Grullón, uno de nuestros intelectuales más completos, injustamente olvidado; que se reedite la “Historia de la Literatura Dominicana” de Néstor Contín Aybar, publicada en varios tomos por la Universidad Central del Este, en 1982, y los “Apuntes biográficos y bibliográficos de algunos escritores dominicanos del siglo XIX” de Margarita Vallejo de Paredes, publicada por ONAP en 1995. ¿Acaso no debe hacerse ya el homenaje que merece un icono de la diáspora intelectual, la venerada doña Rhina Espaillat, con la reunión de todos sus libros? ¿O la del Francisco Nolasco Cordero y J. Agustín Concepción?

Hay una lista, muy preliminar e incompleta probablemente, de libros que merecen ser reeditados, algunos de los cuales se mencionan con relativa frecuencia, pero que solo pueden encontrarse en reducidas bibliotecas privadas. Ejemplos: la novela “Juan, mientras la ciudad crecía” de Carlos Federico Pérez, publicada en 1960, o sea hace 61 años; o “La hermana Matilde: cuentos, parábolas y leyendas”, de nuestro inolvidable profesor en la UCMM de Santiago, Ricardo Miniño Gómez, publicado en 1965; la novela “Magdalena”, de Carlos Esteban Deive, del mismo año; los “Cuadros Bucólicos”, y “Epistolario crítico y otras páginas” de Francisco R. Mejía, un gran olvidado, publicados en 1948 en Buenos Aires, Argentina; “Raíces iluminadas” de Pedro María Cruz, publicado en la editora del Caribe en 1969; “”Música de ayer” de Vigil Díaz, “yoduro lírico”, como su propio autor llamó a su poemario dado a conocer en 1952; “Santiago, tradicional y pintoresco”, de German Soriano, de 1927, con un liminar de Joaquín Balaguer; la antología de Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, recopilada y anotada por Ramón Emilio Jiménez, de 1949; “Tópicos Nacionales” de Luis C. del Castillo, que data de 1920; dos en uno: “Del areíto de Anacaona al poema folklórico”, y “Brindis de Salas en Santo Domingo”, de Enrique de Marchena, conocido en 1942; y “El baño de Anacaona o Los tres ojos de agua”, escrito por Richard Muller, un ingeniero belga, con una extensa obra, que fue consultor del gobierno de Horacio Vásquez, y que publicó este pequeño libro en 1924.

¿Por qué no se reedita un inencontrable de Fabio Fiallo, “Poemas de la niña que está en el cielo”, publicado en 1935 y dedicado a “la suave, la exquisita, la insuperable Juana de América”, un homenaje a Juana de Ibarbourou? ¿O uno tan celebrado que pocos de las nuevas generaciones han visto en sus manos, salvo poemas sueltos, a pesar de ser obra de importante extensión, “Galaripsos” de Gastón F. Deligne, publicado, como otros muchos, en la Editora Montalvo, en 1946, con prólogo de Pedro Henríquez Ureña? Se hace necesario reunir la obra en prosa, brevísima pero sustanciosa porque nos da una nueva dimensión del poeta Domingo Moreno Jimenes, que habría de incluir en un solo volumen su “Evangelio Americano”, “El caminante sin camino” y hasta las bases constitutivas del Instituto de la Poesía Osvaldo Bazil, donde creo se concentra su verdadero ideario poético. Y concluyendo, por ahora, con la lista de libros que requieren ser reeditados por su valor histórico dentro de los haberes de nuestra literatura, recomiendo dos de un autor estimado, cuya labor recopiladora solo puede parangonarse con la realizada por sus maestros Emilio Rodríguez Demorizi y Vetilio Alfau Durán. Me refiero a las obras de Julio Jaime Julia: “El libro jubilar de Pedro Henríquez Ureña”, en dos volúmenes; y los dos tomos de su aporte a la bibliografía de Ligio Vizardi (Virgilio Díaz Ordóñez) bajo el título “Del árbol del olvido”.

Hay libros olvidados, libros que deben renacer. Libros que se manosean intelectualmente, hasta se diserta sobre ellos y sus autores, y que la mayoría desconoce. Libros de vieja o mediana data que urgen ser recogidos para que sirvan al placer de la relectura y para que abran caminos de reconocimiento y revaloración de las letras nuestras.

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  • Libros

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.