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Los primeros 50 en el Big Show

Mi tía Águeda, que a sus ochenta y tantos sigue incólume y lúcida, acostumbraba junto a su esposo Ramón, a llevarme a todos los lugares del país por donde ambos establecían residencia en la época en que los educadores eran movidos continuamente por la geografía nacional. Entonces, los dos eran profesores de primaria, formados en la escuela de docentes Luis Napoleón Núñez Molina que aún sigue funcionando en Licey al Medio, Santiago.

Fue así como pasaba vacaciones en Las Charcas, de Santiago (justo cuando fue electo Juan Bosch en 1962), San Juan de la Maguana (en plena guerra de abril y hasta que la contienda terminó designando a Caamaño y a Wessin en cargos diplomáticos), Cambita, Garabitos, San Cristóbal (donde nació mi prima Dulce), Los Minas, donde ya ambos se dedicaban a otros empleos. Y entre todos, recuerdo uno en especial: Colorado, un campito de Santiago por el que se llegaba internándose por callejones polvorientos, pues entonces no existía más que la carretera vieja y no se había construido la actual carretera hacia el Cibao.

Yo tenía diez años cuando viví en Colorado con mi tía. La casa se ubicaba en un pequeño promontorio desde donde se divisaban las luces de Santiago de los Caballeros, y en especial, para mi deslumbramiento, la del Estadio Leonidas Radhamés que se había inaugurado un año antes, construido por el ingeniero Bienvenido Martínez Brea (Bebecito), quien luego serviría como profesional de su ramo en los gobiernos de Joaquín Balaguer. Colorado era entonces, jamás volví por allí, un campo muy desolado, con pocas viviendas, prácticamente muy distantes unas de otras, pero yo disfrutaba de la sabana, de la amplitud del terreno por donde jugaba, de sus árboles frutales y de una vida silvestre que, seguramente, significaba para mí un espacio de maravillas. Era un ambiente solitario, pero mis tíos llenaban mi tiempo con su permanente atención y cariño. De modo que aquella estancia me resulta todavía, tantos años después, un capítulo inolvidable en mis recuerdos.

Una tarde de domingo, mis tíos me llevaron al Estadio. No recuerdo el line up, ni con contra cual equipo jugaban las Águilas. Sólo he recordado para siempre ver jugar a mi ídolo de entonces en el béisbol, Julián Javier. Si acaso uno guarda para toda su vida en la buena memoria, algunos sucesos importantes que nunca logran borrarse, yo inscribiría este de mi primera visita al hoy Estadio Cibao y de ver jugar al francomacorisano en aquella segunda base que era un terreno únicamente suyo, por donde era muy difícil que cruzara un batazo de cualquier calibre. Me asombraba ver cómo alargaba sus grandes brazos para alcanzar la pelota y hacer out, y ahora me entero que por ese estilo tan suyo le llamaban “el fantasma”.

En aquella época, las páginas deportivas de los diarios reseñaban los movimientos de los primeros peloteros que ingresaban a las ligas menores, cuando todavía eran tan pocos los que lograban llegar a la liga grande. Uno podía darle seguimiento al comportamiento de ellos en Doble A y Triple A. Columbus, Tacoma, Vero Beach, Jacksonville, Fort Lauderdeale, Tampa, Pensacola, Palm Beach, eran habituales en esas reseñas. De modo que se podía seguir la carrera de nuestros peloteros en las menores, hasta que Ellis Pérez and Company inventaron un sistema artesanal, muy efectivo, para que pudiésemos escuchar los juegos de Grandes Ligas donde participaban los pocos dominicanos de entonces. Así pude seguir la carrera de Julián Javier con los Cardenales, única vez en que fui fiel a un conjunto del béisbol norteamericano, pues luego me iría –hasta hoy- donde estén los dominicanos de mayor brillo. Puedo cambiar cada temporada, sin problemas de conciencia.

Los peloteros dominicanos comenzaron a ascender a las Mayores en 1956 con Orlando Virgil, como todos ya sabemos. Le seguiría Felipe Alou en 1958. De modo que cuando veo jugar por primera, y única vez, a Julián Javier, mi estrella mayor, este no había escalado la altura mayor. Lo haría un año después, en 1960. Esos son pues los tres grandes beisbolistas dominicanos que abrieron el camino, más de seis décadas atrás, a los más de 800 criollos que militan hoy en los combinados de la Liga Nacional y de la Liga Americana. De Virgil, Felipe y Julián Javier a Fernando Tatis Jr., Vladimir Guerrero Jr. y Juan Soto, han pasado largos años en que nuestro deporte rey ha tenido que mostrar músculo para alcanzar las más altas cotas de estrellato en el denominado Big Show, pasando a ser República Dominicana el mayor proveedor latinoamericano en el béisbol grande.

Héctor J. Cruz, veterano de la crónica deportiva, ha escrito un libro con las semblanzas de los primeros cincuenta dominicanos que jugaron en la gran carpa. Algunos tuvieron actuaciones limitadas, otros pasaron de un equipo a otro venciendo contratiempos, un grupo élite inscribió sus nombres entre los que dejaron en el diamante, en los jardines o en el montículo los numeritos de sus hazañas. Entre esos cincuenta, solo uno pudo llegar al Salón de la Fama, Juan Marichal, el quinto jugador en firmar para la MLB. Otros dos grandes, Pedro Martínez y Vladimir Guerrero, elevarían sus nombres junto al del gran lanzador de los Gigantes de San Francisco, nativo de Laguna Verde, años después. Del grupo de los cincuenta, varios fallecieron relativamente jóvenes, otros no tuvieron mucha suerte, a pesar de la calidad de su juego (En béisbol, como en cualquier otra disciplina deportiva u oficio humano, hay imponderables que afectan el desenvolvimiento profesional en la medida justa del talento). Y otros, siguen gravitando con su trayectoria, su ejemplo y sus numeritos, constituyéndose en glorias indiscutibles del deporte cuyo invento se atribuye a Abner Doubleday, o por lo menos quien comenzó a darlo a conocer, justo en la meca donde la inmensa minoría de sus astros alcanzan la gloria: Cooperstown. En República Dominicana, el historiador Emilio Rodríguez Demorizi afirma que surgió entre 1894 y 1895, a diferencia de otros historiadores que sitúan su arribo en 1891.

Conocer la vida deportiva, en breves trazos, de cada uno de estos cincuenta abrecaminos de nuestro béisbol en Estados Unidos, es valorar la historia nacional desde uno de sus ángulos más vigorosos y entusiásticos, canal de rivalidades que, dentro o fuera del terreno, expande los sentidos y deja que vuelen los ardores de una gran pasión dominicana. Virgil fue el primero. Rafael Landestoy, el último de esos cincuenta reseñados por Cruz. Pero, todo ese grupo está compuesto de logros y glorias que han construido la gran biografía del béisbol dominicano. Tal vez no recordemos bien a Amado Samuel, Santiago Guzmán, José Sosa, Ignacio Javier, José Báez, que como otros alcanzaron llegar a las Mayores, pero que no fijaron números para el recuerdo. Pero, ahí están los grandes, tal vez los más grandes, los que fueron abriendo trechos, surcando caminos, para que vinieran los que hoy elevan el sentimiento nacional desde los grandes estadios norteamericanos. La mayoría no ganó la suma de dinero que reciben los grandesligas actuales. No pudieron ni soñarlo. Pero, solo mencionar sus proezas obliga a reverenciar sus nombres por siempre. Desde aquel remoto día, no fijado con precisión, en que alguien enseñó al dominicano a usar el bate, el guante y la pelota, hasta los días actuales en que vemos transitar a paso firme el desarrollo de una historia que se afirma con solidez y se ha establecido con prestigio mundial, el béisbol dominicano configura uno de los momentos vitales de la vida del nativo: la ocasión excepcional en que, tras los colores de su equipo favorito, el fanático deja correr sus sentimientos, sus vivencias, sus desahogos, sus emociones. Héctor J. Cruz nos permite conocer quiénes fueron los primeros que fijaron la ruta que hoy recorren cientos de peloteros, mientras otra gran camada se mantiene en lista de espera para entrar al círculo de estos grandes.

TEMAS -

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.